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Читать онлайн «El Baron De Mnchhausen»

Автор Рудольф Эрих Распе

Sobre los perros y caballos del Barón

Fueron mi valor y mi presencia de ánimo los que me permitieron salir airoso en todas estas difíciles situaciones, en las cuales siempre estuvo en peligro mi vida. Esas dos virtudes son las que definen al buen cazador, al buen soldado y al buen marino. Sin embargo, sería muy imprudente el cazador, soldado o marino que confiara sólo en su valor y presencia de ánimo, sin cuidarse de poseer las habilidades e instrumentos que aseguren el éxito de sus acciones. No se me puede reprochar a mí tal defecto, ya que siempre he sido citado como autoridad, tanto por la excelencia de mis perros y caballos como por mi destreza a la hora de valerme de ellos.

No quisiera aburrir a nadie con detalles de mis caballerizas, de mis perreras o de mi armería, como suelen hacerlo los que poseen caballos, perros o armas, pero no puedo menos que mencionar a algunos de mis perros, que quedarán para siempre en mi memoria, por los fieles servicios que me prestaron.

Era el primero de ellos un perdiguero tan inteligente, incansable y precavido, que todo aquel que lo veía me lo envidiaba. Me era tan útil de día como de noche: cuando oscurecía, le sujetaba al rabo una linterna, y por este medio podía hacer caza nocturna tan bien como de día, si no mejor.

A poco de haberme casado, manifestó mi esposa sus deseos de acompañarme en una cacería. Yo cabalgué delante para buscar alguna presa, y a poco vi a mi fiel perdiguero ante una bandada de perdices. Esperé entonces para que llegara mi esposa, que me seguía con mi teniente y uno de mis criados. Como pasaba el tiempo y no se veían ni rastros de ellos, la inquietud empezó a apoderarse de mí, hasta que finalmente decidí volver sobre mis pasos. A mitad de camino, llegaron a mis oídos unos angustiados gemidos, pero por más que miré en todas direcciones, no fui capaz de hallar señal alguna de persona viva.

Apeándome, aproximé el oído al suelo y descubrí con asombro que los gemidos provenían de debajo de la tierra, y no sólo eso, sino que pude distinguir las voces de mi esposa, mi teniente y el criado.

Advertí entonces que, a poca distancia, se abría el pozo de una mina de carbón, y ante este descubrimiento ya no me quedaron dudas de que mi esposa y sus acompañantes habían caído en ella. Me dirigí a todo galope al pueblo, donde ubiqué fácilmente a los mineros. Después de denodados esfuerzos, consiguieron rescatarlos del pozo, que mediría cuando menos veinticinco metros de profundidad.

El primero en salir a la superficie fue mi criado con su caballo. Después le tocó a mi teniente con su cabalgadura, y por último, a mi esposa con la suya. Lo más curioso del caso fue que nadie -ni personas ni animales- habían sufrido más daño que unos leves magullones y un considerable susto. Como todos pueden suponer, ya nadie pensó en la partida de caza. Y como pienso que quienes me oyen se habrán olvidado de mi perro, a lo largo de esta narración, me sabrán disculpar que yo también lo haya olvidado.

Al día siguiente debí emprender un viaje por asuntos de servicio, del que recién volví quince días después. Al regresar, pregunté por mi Diana, sólo para descubrir que nadie tenía noticias de ella. Mis criados supusieron que me la había-llevado en mi viaje, pero no siendo así, había que renunciar a la idea de volver a verla con vida.