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Читать онлайн «El Baron De Mnchhausen»

Автор Рудольф Эрих Распе

Luego de haber pasado un tiempo en su boca, se abrió de nuevo ésta para dejar entrar una enorme masa de agua que nos arrastró hasta el estómago del animal, donde nos quedamos tan quietos como si hubiéramos echado anclas. El aire, debo decirlo, era bastante cálido y húmedo. En la enorme bóveda nos encontramos con gran cantidad de buques que habían corrido la misma suerte que nosotros, vacíos unos, cargados otros.

Nos vimos obligados a vivir a la luz de las antorchas. Dos veces al día, estábamos a flote y otras dos, el agua descendía y quedábamos en seco.

Al segundo día de nuestro cautiverio, salí con el capitán y algunos oficiales a hacer un reconocimiento del terreno durante la bajamar. Fuimos provistos de antorchas, y encontramos a unos diez mil hombres de todas las nacionalidades, que se encontraban en nuestra misma situación. Algunos habían pasado ya varios años encerrados y se había formado un consejo, a fin de analizar la manera de obtener nuestra libertad. Pero justo en el momento en que nuestro presidente se disponía a dar inicio a la sesión, al maldito monstruo se le antojó abrir de nuevo la bocota y tuvimos que correr a todo lo que daban nuestras piernas para ponernos a salvo en las naves.

Una vez que estuvimos en seco, de nuevo nos reunimos, y se me ofreció la presidencia, que acepté gustoso. Propuse unir los dos palos más altos que se pudieran encontrar y utilizarlos para trabar la boca del monstruo en cuanto éste la abriera. Mi idea fue aplaudida y aceptada por unanimidad. Los cien hombres más fuertes pusieron manos a la obra y rápidamente estuvo listo el ingenioso aparejo.

Pronto se presentó una ocasión favorable. El monstruo bostezó y nosotros empinamos los palos de inmediato, de manera tal que cuando quiso cerrar sus fauces, no pudo hacerlo.

Cuando nos hallamos de nuevo a flote, salimos todos en masa, del estómago del animal.

Éramos una flota de treinta y cinco navíos, y para preservar a los demás navegantes del peligro que aquel monstruo presentaba, dejamos los palos atravesados en su lugar.

Nuestro primer deseo, por supuesto, fue saber en qué parte del globo nos hallábamos. Averiguamos finalmente que estábamos en medio del Mar Caspio. Este hecho nos asombró bastante, porque es sabido que dicho mar está rodeado de tierra y no se comunica con ningún otro mar ni océano. Finalmente, uno de los habitantes de la isla de queso, que había venido con nosotros, sugirió que quizás el monstruo había llegado a este mar por una vía subterránea, explicación que encontramos harto razonable.

La cuestión era que allí estábamos, y bien felices de volver a ver la luz del Sol. Pusimos proa a tierra y buscamos un buen lugar para el desembarco.

Cuando lo encontramos, el primero en saltar a tierra fui yo, pero apenas lo había hecho cuando se lanzó sobre mí un enorme oso. Confiado como soy, pensé que vendría a darme la bienvenida y le tomé las manos con tan vehemente amabilidad que se puso a aullar desesperado. Pero yo, lejos de tenerle compasión, lo mantuve así hasta que murió de hambre. Luego de esta hazaña, los osos me respetaron tanto que nunca más se atrevió uno de ellos a ponerme la zarpa encima.