El misterio estaba descubierto. Compartí la novedad con dos amigos y me ofrecí a demostrarles su veracidad. Para hacerlo, me coloqué detrás del general con mi pipa y en el momento en que él se levantaba el sombrero, con un papel encendido di fuego a la nube alcohólica que surgía de su cabeza. Fuimos testigos entonces de un espectáculo verdaderamente admirable. La columna de vapor alcohólico que brotaba de la cabeza del general se convirtió en una columna de fuego, y los vapores retenidos entre su cabellera formaban una aureola azulada más bella que la que jamás brilló en la cabeza de ningún santo. El general no pudo menos que descubrir mi acción, pero lejos de enojarse nos permitió a mí y a mis amigos repetir el ejercicio tantas veces como quisimos, considerando que le daba un aspecto sumamente majestuoso.
Historias de caza
Paso por alto muchas alegres anécdotas de las que fuimos protagonistas o testigos, porque deseo contarles varias historias de caza aun mucho más maravillosas y entretenidas.
Como es fácil suponer, me encontraba más a gusto que nunca en compañía de gentes capaces de apreciar los placeres de la caza y de disfrutar como es debido de un coto abierto, sin restricciones. En todas mis aventuras me acompañó la buena fortuna, pero la que guió todos mis disparos quedará para siempre como uno de los más hermosos recuerdos de mi vida.
Una mañana, desde la ventana de mi dormitorio, vi que un gran lago cercano estaba cubierto de patos silvestres. Rápidamente tomé mi escopeta y me lancé escaleras abajo, con tanta precipitación que choqué de cara contra la puerta. El golpe me hizo ver estrellas, chispas y centellas, pero no por eso perdí un instante. Pronto estuve a tiro del lago, mas en el momento de disparar percibí con desesperación que el tropezón me había hecho perder el pedernal de la escopeta. ¿Qué podía hacer yo ante tal percance? No tenía tiempo que perder. Entonces, recordé lo que me había ocurrido al bajar corriendo la escalera. Levanté la escopeta, la apunté en dirección a los patos, y me di un fuerte puñetazo en el ojo, provocando la cantidad de chispas suficiente para que el arma disparara y matase cinco parejas de patos, cuatro gansos y dos gallinetas.
Esto demuestra que la presencia de ánimo es el fundamento de las grandes acciones. Así como el soldado y el marino reciben de ella inapreciables servicios, el cazador debe también agradecerle más de un buen lance.Recuerdo que cierto día, vi nadar en un lago -a cuya orilla había llegado en uno de mis paseos- unas cuantas docenas de patos silvestres, pero desgraciadamente muy diseminados como para albergar la esperanza de cobrar más de uno por disparo. Por si eso fuera poco, me quedaba tan sólo una carga para la escopeta. Y yo necesitaba cazar unos cuantos de esos patos, pues esa noche había invitado a mi casa, a varios amigos.
Recordé entonces que aún tenía en mi bolsa un pequeño trozo de tocino. Destrencé la correa de mi perro para obtener una cuerda de longitud considerable y a su extremo até el trozo de grasa. Me oculté entonces entre los cañaverales de la orilla y lancé el señuelo. En muy poco tiempo, vi con placer cómo un pato se acercaba y se lo tragaba. Los demás patos se acercaron también detrás del primero. Como el tocino es muy grasoso, rápidamente atravesaba al pato y salía por su otro extremo, y el siguiente pato se lo tragaba, y así sucesivamente. Muy pronto el cebo había pasado por todos los patos, que quedaron ensartados como cuentas en un collar. Contento con el resultado y con mi astucia, me enrollé la cuerda con los patos alrededor del cuerpo y emprendí el camino de regreso al hogar.