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Автор Эдуардо Мендоса

Eduardo Mendoza

Sin noticias de Gurb

NOTA DEL AUTOR

Aunque tiene muchos elementos en común con El misterio de la cripta embrujada y con su continuación, El laberinto de las aceitunas, ambos publicados con anterioridad, Sin noticias de Gurb es sin duda el libro más excéntrico de cuantos he escrito, probablemente porque no es en rigor un libro, o no nació con la voluntad de serlo. Mi amigo Xavier Vidal-Folch, entonces director en Cataluña del diario El País, solía proponerme una o dos veces al año que le escribiera algo para su periódico, a lo que yo sistemáticamente me negaba, porque siempre he sentido un miedo cerval ante el elemento más característico del periodismo: el inapelable plazo de entrega. Escribo con mucha lentitud y me ha sucedido más de una vez acabar un libro y volverlo a empezar desde la primera frase porque no me gustaba el resultado, con el retraso fácilmente imaginable. Es éste un privilegio al que siempre me he propuesto no renunciar, pero al que he renunciado en más de una ocasión, sin que pueda justificar qué me impulsó a hacerlo; tal vez un insensato afán de ponerme a prueba. Y siempre que he obrado así, en contra de mi propio parecer, las consecuencias han sido peores de lo que yo había temido. Sea como sea, en una ocasión como tantas otras, la incitación de Vidal-Folch me encontró mejor predispuesto, o quizá sin nada entre manos, y le prometí, como mínimo, pensar en el asunto.

Muchos años antes, en Nueva Cork, durante uno de esos largos períodos de sequía literaria que experimentamos todos los escritores, había empezado a escribir una obra de ciencia ficción en tono humorístico, sin propósito alguno, más por la necesidad de emborronar papel que por otra razón.

No soy aficionado al género de la ciencia ficción; a decir verdad, lo detesto. En cambio me gustan las películas de la ciencia ficción (aunque suelen acabar, como las propias novelas, incurriendo en el esoterismo, el milenarismo y otras variantes de la frivolidad) y cuando me puse a escribir aquella fábula acababa de ver una cuyo argumento no había entendido, pero cuyas imágenes me habían producido una gran satisfacción. Supongo que fueron estas imágenes las que me impulsaron a imaginar aquella historieta, cuyo argumento, por lo demás es muy poco original, estaba más emparentado con las fábulas morales del siglo XVIII (por ejemplo con los viajes de Gulliver) que con las auténticas novelas de ciencia ficción: un viajero espacial, a su regreso de la Tierra, refería a sus amigos las cosas raras que había visto en el curso de sus viajes, ante el estupor de aquéllos, que durante la ausencia del viajero habían seguido desempeñando trabajos rutinarios y llevando una vida de lo más monótona y convencional. El impulso se agostó pronto y el relato quedó interrumpido en la página veinte, o poco más, que es, según tengo experimentado, donde quedan interrumpidos casi todos los relatos, para desmoralización de quien los había emprendido rebosante de entusiasmo. Ahora, comprometido a escribir una historia que pudiera fraccionarse en entregas y que tuviera una estructura suficientemente maleable, desempolvé aquella antigua fábula y le di la vuelta.