Eduardo Mendoza
Sin noticias de Gurb
NOTA DEL AUTOR
Aunque tiene muchos elementos en común con
Muchos años antes, en Nueva Cork, durante uno de esos largos períodos de sequía literaria que experimentamos todos los escritores, había empezado a escribir una obra de ciencia ficción en tono humorístico, sin propósito alguno, más por la necesidad de emborronar papel que por otra razón.
No soy aficionado al género de la ciencia ficción; a decir verdad, lo detesto. En cambio me gustan las películas de la ciencia ficción (aunque suelen acabar, como las propias novelas, incurriendo en el esoterismo, el milenarismo y otras variantes de la frivolidad) y cuando me puse a escribir aquella fábula acababa de ver una cuyo argumento no había entendido, pero cuyas imágenes me habían producido una gran satisfacción. Supongo que fueron estas imágenes las que me impulsaron a imaginar aquella historieta, cuyo argumento, por lo demás es muy poco original, estaba más emparentado con las fábulas morales del siglo XVIII (por ejemplo con los viajes de Gulliver) que con las auténticas novelas de ciencia ficción: un viajero espacial, a su regreso de la Tierra, refería a sus amigos las cosas raras que había visto en el curso de sus viajes, ante el estupor de aquéllos, que durante la ausencia del viajero habían seguido desempeñando trabajos rutinarios y llevando una vida de lo más monótona y convencional. El impulso se agostó pronto y el relato quedó interrumpido en la página veinte, o poco más, que es, según tengo experimentado, donde quedan interrumpidos casi todos los relatos, para desmoralización de quien los había emprendido rebosante de entusiasmo. Ahora, comprometido a escribir una historia que pudiera fraccionarse en entregas y que tuviera una estructura suficientemente maleable, desempolvé aquella antigua fábula y le di la vuelta.