Читать онлайн «Стервятники «Флориды» / Los Caranchos de la Florida. Книга для чтения на испанском языке»

Автор Бенито Линч

Benito Lynch. Los caranchos de la Florida

I

Don Francisco Suárez Oroño abre la contrapuerta de alambre tejido que protege el comedor contra la invasión de las moscas, da un puntapié al perro picazo que duerme largo a largo junto al umbral, y saliendo a la amplia galería embaldosada va a sentarse en su viejo sillón de mimbre, en aquel viejo sillón desvencijado por el uso y al cual, no obstante, todos miran en la estancia con el respeto más profundo.

¡La silla del patrón! ¡Cuántos gauchos compadres habrán palidecido en el espacio de treinta años ante aquel mueble modesto, ante aquel mísero mueble, que muestra mil refacciones antiestéticas! ¡y cuántos retos, y cuántos insultos, y cuántas cachetadas habrán resonado bajo el gran corredor que lo alberga!

Es como un solio, es como un trono, como algo inaccesible e inspirador de miedo, para todos los peones del establecimiento y para todos los gauchos de diez leguas a la redonda de La Florida.

Cuando el patrón alunado se sienta en ese sillón, y con el rostro pálido y las cejas fruncidas ordena a algún peón, refiriéndose a otro, caído en desgracia suya por alguna torpeza: “Decile a ése que venga paca”, ya hay música para largo rato y ya procura bien, todo el mundo, apartarse de las inmediaciones de aquel tribunal.

Don Francisco Suárez Oroño es un hombre de carácter violento, es un hombre peligrosamente impulsivo; su valor, mil veces probado en la lucha con los hombres y con las bestias, lo ha rodeado de una aureola tal de prestigio entre las gentes del pago, que sus más insignificantes acciones son comentadas delante del fogón, de todas las cocinas.

Las gentes del pueblo no le quieren porque es casi un misántropo, y porque él las critica con esa intolerancia irritante que suelen tener para la gente de los pueblos pequeños ciertos hombres nacidos en los grandes centros, a quienes galvaniza el orgullo de su prosapia ilustre, como un mal incurable.

Para don Pancho, todos son unos ladeados, calificativo que repite con extraordinaria frecuencia y con el cual quiere significar: personas de poca distinción, personas de cultura escasa y de humildísima cuna.

Los puebleros, con raras excepciones, le odian, como hemos dicho, pero ese odio es sordo y no se trasluce mayormente; primero, porque don Pancho no los ve casi nunca, y después, porque el patrón de La Florida conserva en Buenos Aires relaciones valiosas, relaciones que le colocan en situación de imponer su voluntad cuando se le antoja y aun en las arduas cuestiones de política.

Todos los caudillejos se titulan sus amigos, todos le han solicitado en alguna oportunidad servicios de aquéllos que él puede prestar y que presta, aunque desvirtuándolos siempre, en su afán de humillar con la superioridad de su valer.

– Don Pancho – dice algún mulatillo compadrón con voz plañidera – , el quince voy a ir a Buenos Aires para ver al doctor X. ; y como usted es amigo de él, yo quisiera que me diese una carta, a ver si así consigo…

Don Pancho lo interrumpe con una sonrisa perversa dibujada en sus labios delgados, y mirándole en los ojos, con aquéllos los suyos pequeñitos y pardos, exclama: