Читать онлайн «Roma Eterna»

Автор Роберт Силверберг

Robert Silverberg

Roma eterna

Y no pongo a éstos [los romanos] ni frontera ni límite de tiempo: les he confiado un imperio sin fin.

Virgilio, La Eneida (1,278–279)

A Frank y Renee Kovacs, para quienes gran parte de este libro es una historia ya conocida.

Y con un agradecimiento especial, a Gardner Dozois, por el estímulo que, a lo largo de muchos años, brindó a este proyecto.

1203 a. u. c.

Prólogo

El historiador Léntulo Aufidio, cuyo propósito era escribir una biografía definitiva del gran emperador Tito Galio, llevaba ya tres años investigando en los archivos imperiales de la Biblioteca Palatina. Cada mañana, seis días por semana, Aufidio ascendía penosamente por la colina desde sus dependencias cercanas al Foro, mostraba su tarjeta de identificación al guardián de los archivos y emprendía su exploración diaria de los grandes armarios en los que se guardaban los pergaminos relacionados con el reinado de Tito Galio.

Era una tarea monumental. Tito Galio, que había llegado al trono tras la muerte del desequilibrado Caracalla, gobernó Roma desde 970 hasta 994 y en ese período de tiempo reorganizó completamente el gobierno, que su predecesor había dejado en un estado lamentable. Algunas provincias fueron unificadas, otras se desmembraron, el sistema de impuestos se reformó, el ejército se disolvió y volvió a reconstruirse de arriba abajo para hacer frente a la creciente amenaza de los bárbaros del norte, y así con todo.

Léntulo Aufidio sospechaba que tenía por delante dos o tres años más de estudio antes de que, por fin, pudiera empezar a escribir su obra.

Hoy se entregaría, como cada uno de los días de las dos semanas anteriores, a la inspección del armario 42, que albergaba los documentos relativos a la política religiosa de Tito Galio. Éste experimentaba una gran preocupación por la manera en que los cultos místicos orientales (la adoración de Mitra, que había matado al toro sagrado, la diosa madre Cibeles, Osiris de AEgyptus) se estaban extendiendo por el Imperio. El emperador temía que, si se les permitía arraigar, estas religiones foráneas debilitarían el tejido del Estado; de manera que Tito Galio hizo lo posible por erradicarlas sin perder por ello la lealtad del pueblo llano que las profesaba. Fue una tarea delicada, cumplida sólo parcialmente en su época. Su sobrino y sucesor, el emperador Cayo Marcio, acometió su finalización instaurando el culto a Júpiter Imperator, tratando así de sustituir todas las religiones extranjeras.

Alguien más se encontraba ya trabajando en el armario 42 cuando llegó Aufidio. Después de unos instantes, reconoció al individuo como un viejo amigo y colega, Hermógenes Celer, originario de Trípoli, en Fenicia, que posiblemente era el erudito más eminente del Imperio en materia de religiones orientales. Los dos hombres se dieron un cálido abrazo y, ante la irritación de los bibliotecarios, empezaron en seguida a explicarse sus proyectos actuales.